Y de repente el tiempo se paró,
no pudo entender por qué las manecillas de aquel reloj ya no avanzaban, por qué
el sol ya no lucía.
El mar ya no tenía ese sonido
relajante, algo en la profundidades bramaba, ni siquiera el aire, lo que antes
era suave brisa ahora era tornado.
Todo giraba en su cabeza, por más
que preguntaba al tiempo no conseguía entender por qué todo se había parado en
aquel preciso instante. De repente, como una secuencia que transcurre
lentamente, un dolor inmenso hizo que mirase sus manos, podía notar aquella
humedad tibia y su viscosidad.
Como si de un espejo roto en
añicos se tratase, allí estaba su corazón destrozado, hecho trizas, agonizando
entre sus pequeñas manos. Pudo ver como se iba fragmentando en minúsculos
trozos, mientras que aquella sangre que se escurría entre sus dedos, al alcanzar el suelo, se
transformaba en lágrimas, diminutas, iridiscentes como diamantes.
Pero lo que más dolor le causó,
fue ver su nombre escrito en la arena, ese nombre que tantas veces había
pronunciado, que tanto adoraba nombrar. Ahora se deshacía entre sus lágrimas,
se desvanecía como barro seco entre la lluvia.
No podía creer que aquello
estuviese pasando, notó como se le escapaba la vida, vio a la muerte abrir sus
fauces intentando sorberla, esperaba ver como pasaban esas imágenes que
resumían su existencia pero lo único que conseguía ver con total claridad era
su sonrisa, su rostro, sus ojos del color de las avellanas, sus labios, esos
labios que había besado tan dulcemente.
Al recordar, su dolor se hizo más
insoportable, el aire que intentaba respirar, quemaba sus pulmones, sentía como
la angustia y la pena invadían todo su ser, volvió a mirar sus manos, solo
quedaba polvo, un polvo carmesí tan liviano que se evaporó en la nada.
Su cuerpo se encogía, se iba
retorciendo aunque eso ya no podía sentirlo, solo notaba el vacío. En su
interior no quedaba ya nada, solo un desolador frío y un vertiginoso agujero
donde antes estaba el corazón. Se preparó para aceptar esa nueva situación a la
que pasaría, sin importarle nada más y
cuando cerró sus ojos para no volver a
abrirlos, una dulce melodía le hizo volver en sí. Un sonido que reconocería
hasta en las puertas del mismo infierno,
si tuviese que bajar hasta él.
Era su voz, inconfundible,
profunda, clara y salvadora. Repetía su nombre una y otra vez, le llamaba con
desesperación. Todo cobraba de nuevo sentido, el mar ya no bramaba, la brisa
acariciaba su rostro, pudo comprobar que el tiempo transcurría en su orden
natural. Mientras tanto, seguía sonando aquella melodía que tanto amaba,
aquella voz que era su música y su vida, sus palabras que eran su alimento
diario.
Volvió a mirar sus manos, podía
ver las suyas sujetando aquel momento, aferrándose a lo que tenían y creían
haber perdido, aquellos dedos que habían acariciado su piel tan sutilmente eran
ahora su pilar. En su cuerpo latía con
más fuerza aquel corazón que hacia escasos momentos era ceniza, podía volver a
respirar, incluso embriagarse de su aroma. Todo había renacido en el compás de
una manecilla de reloj….con solo pronunciar su nombre.
María De Barreiro.
Realmente precioso e intenso .... Cuán fugaz y efímera puede ser la vida ... La vida sin amor, no es vida.
ResponderEliminarUn beso!